La luz del sol de la mañana se filtraba a través de la ventana, tiñendo de amarillo la habitación de Rómulo. Hoy era el día en que debía dejar el palacio, alejarse de sus seres queridos. Un sentimiento de ansiedad y preocupación lo envolvía. Rómulo se encontraba frente al espejo, mirando sus propios ojos, donde se ocultaban innumerables emociones.
Durante los días previos, Rómulo había estado empacando, organizando sus pertenencias. Pero su corazón aún no encontraba paz. Recordaba los hermosos momentos pasados con su familia, las fiestas alegres con sus amigos, los momentos tranquilos en el hermoso jardín. Cada rincón del palacio guardaba una parte de sus recuerdos.
Rómulo fue de habitación en habitación para despedirse. Primero, fue a la habitación de su madre. Ella lo abrazó con fuerza, las lágrimas caían por sus mejillas. “Hijo mío, recuerda siempre que te amo mucho. No importa adónde vayas, siempre te estaré mirando.” Las palabras de su madre hicieron que el corazón de Rómulo se apretara. Sabía que sería muy difícil vivir lejos de ella.
Luego, Rómulo fue a ver a su querido hermano. Se abrazaron fuertemente, sin poder decir una palabra. Finalmente, Rómulo fue a encontrarse con sus amigos cercanos. Se sentaron juntos bajo el viejo árbol en el jardín, compartiendo historias de risas y tristezas. Cada despedida era como una puñalada en el corazón de Rómulo.
Cuando llegó el momento de partir, Rómulo sintió que el mundo entero giraba alrededor de él. Subió al carruaje y miró hacia atrás, viendo el palacio a lo lejos. La imagen de sus seres queridos despidiéndose con la mano desde lejos hizo que las lágrimas brotaran de sus ojos.