Santos, un hombre que siempre amenazaba a Vera, organizó una cita para invitar a Amalia a La Promesa, con la esperanza de revelar la verdadera identidad de su hija. Sin embargo, Amalia no se dejó manipular. Con astucia, se enfrentó a Santos, protegiendo el secreto de su hija y advirtiéndole que, si llegaba a hacerle daño a Vera, tendría que pagar las consecuencias.
Amalia, con determinación y sabiduría, no vaciló en su postura, y fue clara al defender a Vera. Mientras tanto, Santos, reconociendo la fuerza de voluntad de Amalia, se vio obligado a retroceder, sabiendo que no tenía oportunidad de manipularla. La tensión en el aire fue palpable, y Santos comprendió que no podría usar a Amalia en su beneficio.
Vera observó todo desde lejos, y poco a poco comenzó a sentir cómo se restauraba la confianza entre ella y su madre. A través de este acto valiente de Amalia, Vera se dio cuenta de que, aunque en el pasado su madre no siempre estuvo a su lado, ahora había demostrado que estaba dispuesta a luchar por ella. Este acto de protección fortaleció su vínculo y le mostró a Vera que, sin importar lo difícil que fuera la situación, nunca estaría sola. Amalia no solo era una madre amorosa, sino también una mujer fuerte, dispuesta a pelear por el bienestar de su hija.