Decidida a preparar a la prometida de su hijo para los estándares de la alta sociedad, la Marquesa toma las riendas del vestuario de Jana. Ignorando las protestas de la joven, organiza visitas interminables a modistas y costureras. Jana, incómoda con las telas lujosas y las joyas, insiste en que no necesita esos adornos para ser aceptada.
“No es cuestión de necesidad, querida, es cuestión de imagen,” responde la Marquesa, sin aceptar un no por respuesta.
Mientras la Marquesa se empeña en crear una imagen perfecta para Jana, la joven trama en secreto un plan para demostrar que la verdadera elegancia no proviene de las apariencias, sino de la autenticidad y la confianza en uno mismo.
Una mañana, cuando la Marquesa la arrastra a otra prueba de ropa, Jana decide hacer algo inesperado. Se niega a ponerse el lujoso conjunto que la Marquesa había preparado y, en su lugar, elige un atuendo sencillo, pero que reflejaba su estilo personal. Al ver la sorpresa en el rostro de la Marquesa, Jana sonríe y dice: “La elegancia no está en los trajes caros ni en las joyas brillantes. La verdadera elegancia está en las personas, en cómo nos mostramos, no en lo que los demás esperan de nosotros.”
La Marquesa se queda en silencio, dándose cuenta de que tal vez quien necesita aprender a aceptar la verdad sobre la verdadera belleza es ella.