La tensión entre Lorenzo y Curro se había convertido en una constante en los últimos días. Cada conversación entre ellos terminaba en discusiones tensas, siempre girando en torno a la oferta de José Juan. Lorenzo veía en esa oportunidad una puerta hacia el poder y la estabilidad, pero para Curro, aceptar significaba renunciar a algo más profundo: su propia integridad.
“Es la decisión correcta, Curro. No tienes nada que perder y todo por ganar,” insistió Lorenzo una tarde, apoyado contra la mesa de su oficina con la mirada fija en su joven subordinado. Las palabras parecían amables, pero su tono llevaba un peso implícito, una amenaza que Curro no podía ignorar.
“¿Y qué gano si pierdo mi dignidad, Capitán?” respondió Curro con un tono cargado de frustración. La tensión en la habitación era palpable. Curro sabía que estaba jugando con fuego, pero no podía ceder. Cada vez que Lorenzo le hablaba de esa oferta, sentía que se acercaba más a un abismo del que no podría regresar.
Esa noche, después de una discusión particularmente acalorada, Curro decidió que ya era suficiente. Encontró a Lorenzo en la sala común del cuartel, bebiendo una copa de vino como si nada hubiera ocurrido. Sin dudarlo, Curro se acercó, con los ojos llenos de determinación.
“Capitán, prefiero perderlo todo antes que traicionarme a mí mismo,” dijo con voz firme, sus palabras resonando como un desafío en la habitación silenciosa.
Lorenzo lo miró, sorprendido por su valentía, pero en lugar de enfadarse, dejó escapar una sonrisa. Era una sonrisa extraña, mezcla de respeto y desafío. “Bien, Curro. Entonces veremos cuánto estás dispuesto a perder.”
La frase quedó suspendida en el aire, dejando claro que el enfrentamiento entre ellos apenas comenzaba. Para Lorenzo, el rechazo de Curro no era el final, sino el inicio de un juego mucho más peligroso. Para Curro, era la prueba definitiva de su carácter y de hasta dónde estaba dispuesto a llegar para mantenerse fiel a sí mismo.