Cruz, la madre que siempre tiene el control sobre todo en la vida de su hija, estaba decidida a manejar cada detalle relacionado con Jana, especialmente lo que ella usaría y los eventos en los que participaría. Sin preguntar la opinión de su hija, Cruz invitó a una costurera privada para que diseñara los vestidos que Jana llevaría. No le importaba lo que su hija pensara o cómo se sintiera, solo quería crear trajes que se ajustaran a la imagen que ella quería proyectar.
Teresa, la fiel sirvienta de la familia, fue encargada de tomar las medidas de Jana. Mientras tanto, Jana sentía que estaba perdiendo su libertad. Se sentía completamente fuera de lugar en la lujosa casa de Cruz, un lugar donde no encontraba su lugar. Día tras día, Jana pasaba la mayor parte de su tiempo en el área destinada a los sirvientes, el único lugar donde podía sentirse un poco más cómoda y en paz.
Este ambiente lujoso pero frío la agotaba cada vez más. No podía encontrar ninguna conexión con ese lugar y, poco a poco, sentía con más intensidad que no pertenecía a esa casa, un hogar donde todo estaba controlado por los deseos de los demás.