La calma que reinaba en la casa de los Pedraza se rompió cuando Jana, visiblemente molesta, rechazó sentarse con sus suegros en la cena familiar. Su negativa a unirse a la mesa de la familia, prefiriendo comer sola, desató otro conflicto en la ya tensa relación con su suegra Cruz. La mujer, harta de los constantes desaires de Jana, decidió tomar cartas en el asunto y, al día siguiente, le eligió un vestuario cuidadosamente, convencida de que la actitud de su nuera podría estar relacionada con su forma de vestir. “Lo que llevas puesto no refleja el respeto que debemos tener como familia”, le dijo con tono firme. Sin embargo, Jana no respondió como Cruz esperaba, sino que siguió con su actitud distante, creando aún más distancia entre ellas.
Mientras tanto, el enfrentamiento entre la Marquesa y los Duques de los Infantes se agudizaba. Alonso, preocupado por las repercusiones que este conflicto podría tener para la familia, se mostró cada vez más inquieto. La política y las intrigas sociales parecían ir más allá de lo que podían manejar, y temía que el asunto terminara afectando a su reputación y estabilidad. Por esta razón, trató de hablar con Cruz, sugiriendo que era urgente apaciguar las tensiones y encontrar una manera de sanar las relaciones, tanto dentro como fuera de la familia.
Cruz, por su parte, decidió hacer todo lo posible para mantener la unidad familiar, aunque la situación se le escapaba de las manos. En su intento por restaurar la armonía, invitó a todos a una nueva cena en la que esperaba que las tensiones se disiparan. Pero la atmósfera seguía siendo cargada, y las miradas de reojo entre Jana y los suegros, junto con las conversaciones susurradas sobre la Marquesa y los Duques, demostraban que el conflicto aún no había terminado. La familia Pedraza se encontraba en una encrucijada, donde cada paso dado podía abrir nuevas grietas que ya parecían imposibles de sanar.