Las noticias sobre el robo de la cruz rápidamente llegaron a oídos de don Pellicer, el patriarca de la familia Luján. Inmediatamente, ordenó a todos los sirvientes que buscaran por toda la mansión, desde las habitaciones privadas hasta los jardines, con la esperanza de encontrar alguna pista sobre el paradero de la cruz. La cruz, un objeto valioso para la familia, no solo tenía un gran valor material, sino que también era un símbolo de fe y lealtad. Esta pérdida conmocionó profundamente a toda la familia Luján.
Mientras tanto, María Fernández, una sirvienta fiel en la familia Luján, guardaba un secreto. Ella sabía que el padre Samuel, el sacerdote de la iglesia cercana, era quien había robado la cruz. Lo había visto en la oscuridad de la noche, tomando la cruz del viejo altar de una iglesia abandonada. Pero María se encontraba atrapada entre su lealtad hacia la familia Luján y su devoción al sacerdote. El padre Samuel había sido una figura protectora en su vida, alguien que la había ayudado en momentos difíciles. No quería traicionar su confianza, pero la verdad era que no podía soportar ver a la familia Luján sumida en la angustia por lo sucedido.
Durante varios días, María estuvo consumida por la duda. No podía revelar la verdad, pero tampoco podía dejar que esta situación continuara. Sabía que si el robo se descubría, todo se complicaría y podría destruir tanto a la familia Luján como al padre Samuel. Tras mucho pensarlo, María decidió guardar silencio, pero no se quedó quieta. Secretamente comenzó a buscar una manera de convencer al padre Samuel de devolver la cruz antes de que la situación fuera descubierta.
Una noche, cuando ya todos dormían, María fue a la iglesia donde el padre Samuel oficiaba. Se quedó frente a la puerta, con el corazón lleno de ansiedad. Cuando el sacerdote apareció, ella se acercó lentamente y le dijo: “Padre, sé que usted fue quien tomó la cruz. Por favor, devuélvala antes de que todo esto se complique.”
El padre Samuel la miró fijamente durante un largo momento, y luego suspiró profundamente. “Sabía que lo descubrirías. Pero lo hice por una razón que nadie entenderá. Cometí un error, y ahora debo corregirlo.”
María asintió con la cabeza, aliviada. Sabía que, aunque el padre Samuel había errado, aún tenía la oportunidad de hacer lo correcto. Tras una larga conversación, el padre Samuel accedió a devolver la cruz a la mañana siguiente. María sintió que, aunque el futuro era incierto, había hecho lo correcto, manteniendo su lealtad a la familia Luján sin traicionar al sacerdote que una vez confió en ella.