Jana, una chica de un pequeño pueblo, de repente entra en un mundo completamente diferente. La habitación lujosa, con paredes cubiertas de terciopelo, enormes candelabros y valiosas antigüedades, es un contraste total con la pequeña casa en la que creció. Pero en lugar de sentirse feliz, Jana se sumergió en una sensación de desorientación y miedo.
Los sirvientes de la mansión pronto se dieron cuenta de la diferencia de la nueva chica. Vieron en Jana una timidez, un miedo oculto tras su apariencia frágil. Especialmente el padre Samuel, quien se decía ser sacerdote, parecía increíblemente indiferente ante la soledad de Jana. A menudo les decía a los cocineros: “Ya no necesitan sentir lástima por esa niña. Ahora ella se ha convertido en una dama, y pronto olvidará a todos ustedes.” Sus palabras fueron como un cuchillo clavado en el corazón de Jana, haciéndola sentir más sola y abandonada.
Sin embargo, la indiferencia del padre Samuel se convirtió, sin querer, en la motivación que hizo a Jana más fuerte. Ella se dio cuenta de que no podía seguir viviendo bajo la sombra del miedo. Tenía que esforzarse por adaptarse a su nueva vida, tenía que encontrar la manera de conectar con las personas que la rodeaban.
Jana comenzó observando a los sirvientes. Escuchaba sus historias, aprendía sobre la vida en la mansión. Poco a poco, se fue formando una relación cercana entre Jana y una sirvienta llamada Anya. Anya era una chica inteligente y amable, que ayudó a Jana a integrarse en su nueva vida.
Durante su exploración de la mansión, Jana descubrió por casualidad secretos inquietantes. Encontró una habitación cerrada con llave, un diario viejo con misteriosas palabras, y extrañas pinturas colgadas en las paredes. Cuanto más investigaba, más curiosidad sentía sobre el padre Samuel y las personas que vivían en la mansión.