El padre Samuel, conocido por su comportamiento hábil pero muy pragmático, siempre sabía cómo hacer que los demás se sintieran incapaces de rechazar sus propuestas. Un día, con motivo de la boda de Catalina y Pelayo, decidió sugerir una donación para mostrar su respeto y conexión con su familia. Sin embargo, no se quedó ahí; también destacó hábilmente que la cantidad debería ser “generosa”, ya que su familia tenía una posición destacada en la sociedad.
Al escuchar esto, Catalina, que siempre mantenía la calma, se sorprendió al principio por esta solicitud repentina. Intentó mantenerse tranquila, sin dejar que sus emociones se reflejaran en su rostro. Mientras tanto, Pelayo, su futuro esposo, no pudo ocultar su malestar. Lanzó una mirada disimulada pero llena de descontento hacia su futura esposa, como si quisiera expresar que la presión que estaban recibiendo era demasiado grande.
Aunque ambos sentían que era difícil, al final, no tuvieron más opción que aceptar la propuesta del padre Samuel, sin atreverse a rechazarla por miedo a ofenderlo. Sin embargo, sabían que, aunque aceptaran, no podían evitar la sensación de estar siendo presionados por esta solicitud.